jueves, 15 de agosto de 2013

Paradigma Sistémico y la Terapia




El enfoque sistémico trata de comprender el funcionamiento de la sociedad desde una perspectiva holística e integradora, a través del descubrimiento de otra manera de mirar la realidad y de comprender al ser humano como sistema, y dentro de un sistema en donde lo importante son las relaciones entre los componentes. El enfoque sistémico no concibe la posibilidad de explicar un elemento si no es precisamente en su relación con el todo.



Para entender la visión sistémica hay que olvidarse de lo que ya se sabe y abandonar la manera automatizada de pensar. Mirar desde otro sitio supone cambiarse de lugar, suspender las viejas adaptaciones de la mente, olvidar la lectura lineal causa-efecto y muchos de los condicionamientos del lenguaje.



La terapia sistémica utiliza también conceptos evolutivos, por ejemplo al considerar diferentes etapas de desarrollo o ciclo vital, por ejemplo de un sistema familiar (enamoramiento, noviazgo, matrimonio, procreación; o niñez, adolescencia, madurez, etc.). De esta manera cobra importancia no sólo lo que ocurre en cada una de esas fases, sino también las crisis que acompañan el paso de cada fase evolutiva hacia otra. La manera en que se modifican las pautas de relación en un sistema dado, la finalización de la utilidad de un sistema de relaciones específico y el paso a otros sistemas nuevos, la construcción de los mismos, la modificación de la estructura familiar, de pareja, de relacionarse, las nuevas pautas de organización, etc.



La epistemología sistémica en su aplicación a la terapia familiar cuenta con alrededor de sesenta años de historia y con una complejidad conceptual y aplicada.



Las distintas escuelas de la Terapia Familiar Sistémica, TFS, se apoyan en una epistemología rica, aunque no siempre homogénea debido a que algunos de sus conceptos básicos provienen de ámbitos relativamente independientes. Esta epistemología se nutrió inicialmente de tres fuentes; (a) la Teoría General de Sistemas (von Bertalanffy, 1954), (b) la Cibernética (Wiener, 1948) y (c) la Teoría de la Comunicación (Watzlawick, Beavin, y Jackson, 1967). Además, los conceptos procedentes de enfoques evolutivos por ejemplo Haley, y estructurales como Minuchin, resultan claves para la concepción sistémica de la familia.



La familia se puede concebir como un sistema abierto organizacionalmente, separado del exterior por sus fronteras y estructuralmente compuesto por subsistemas demarcados por límites con diferentes grados de permeabilidad y con diversas formas de jerarquización interna entre ellos. Los miembros del sistema familiar organizan y regulan su interacción mediante procesos comunicativos digitales y analógicos, que definen relaciones de simetría y/o complementariedad. Dicha organización se caracteriza por las propiedades de totalidad o no sumatividad, por patrones de circularidad, y por el principio de equifinalidad. El sistema familiar mantiene su organización mediante procesos homeostáticos (por ejemplo, mientras modifica su estructura a través de una serie de fases evolutivas), y la altera mediante procesos morfogenéticos.




En sus comienzos se desarrolló especialmente estudiando la dinámica de la organización familiar, actualmente se habla de terapia familiar sistémica, como una manera genérica de mencionar a las lecturas sistémicas que se ocupa de las organizaciones humanas en general.


La intervención sistémica se diferencia de la mayoría de las demás  expresiones terapéuticas, en que estas se interesan en el psiquismo humano. El foco de la intervención sistémica, tanto si en la sesión está presente toda la familia como si sólo se cita a un miembro, ya no es el individuo como supuesta "fuente" de la patología, o el llamado individuo “enfermo”, sino las características de la organización del sistema en el que el motivo de demanda tiene sentido. El segundo foco de interés es la consideración de Bateson de la interacción como fuente de información, y por tanto como forma de comunicación. En su aplicación a la práctica terapéutica, esta concepción comunicativa condujo a la TFS a desinteresarse por las explicaciones causales y centrarse en la pragmática de la interacción familiar—un salto cualitativo del porqué al cómo. Es así que no se atiende en el “¿por qué?” un individuo acciona de determinada manera sino en el “¿cómo?” lo hace. De igual manera no importa quién hace qué, sino ¿cuándo? se realiza una determinada conducta.


Como lo señala Mony Elkaim[1], a partir del comienzo de los años ochenta, y más particularmente después de la publicación en alemán en 1981 de la obra dirigida por Paul Watzlawick, "La realidad inventada", un nuevo movimiento llamado constructivismo se expandió en el ambiente de los psicoterapeutas de familia: este enfoque invocaba los trabajos de Ernst von Glasersfeld, de Heinz von Foerster, de Humberto Maturana y de Francisco Varela.



Heinz von Foerster insistió sobre la relación entre el sistema observador y el sistema observado, mostrando que estos dos sistemas son inseparables. Poniendo el acento sobre la ética y adjudicando un lugar esencial al vínculo que ponen en relación al otro con uno mismo ("esta relación es la identidad", decía él), consideraba que realidad y comunidad van de la mano.




Fue hacia fines de los mismos años ’80 que las teorías del construccionismo social tomaron vuelo en los Estados Unidos.



Kenneth J. Gergen, que se encuentran entre los principales representantes del construccionismo social, a sus ojos, las significaciones, así como el sentido de sí mismo y las emociones nacen de un contexto intrínsecamente relacional: no solamente el "yo" y el "tu" se manifiestan en el seno de los diálogos permitidos por las relaciones humanas, sino que la identidad, ella misma, es producida por las narraciones surgidas de intercambios comunes, remitiendo, en efecto, a las narraciones del yo a las relaciones sociales más que a las elecciones individuales (III); desde esta óptica, incluso las emociones corresponden a modos de funcionamiento social, porque ellas están insertas en secuencias y escenarios comunes.



Conversadores y Quienes Preguntan




Numerosas escuelas se hicieron eco de estos últimos desarrollos. Harry Goolishian y Harlene Anderson, estimando que el vivir es comprendido y sentido a través de las realidades narrativas socialmente construidas, se pronunciaron a través de terapias centradas en la "disolución del problema" (dissolving therapies), por oposición a los solving therapies, centradas sobre el síntoma.



Para estos dos autores, la intervención terapéutica es un principio obsoleto: el terapeuta no interviene más sino que se contenta de participar en la conversación terapéutica a partir de una "posición de perplejidad".



Para Michael White, terapeuta familiar que ejercía en Australia, el terapeuta, inspirándose en Derrida, debe buscar reconstruir las "verdades" que fueron separadas de las condiciones y los contextos de su producción. Pensando en la senda de Michael Foucault, que los dominios de conocimiento son dominios de poder, White adhiere a la definición foucaultiana de la exclusión como consecuencia del a aceptación de una identidad socialmente atribuida: tanto para las personas como para los grupos, sería la identidad impuesta al individuo marginalizado la que crearía la exclusión, más que la no- pertenencia a tal o cual colectividad.



Tom Andersen, de Noruega, comenzó a experimentar el dispositivo denominado "equipo reflexivo" a mediados de los años ochenta: en este tipo de escenarios, el equipo que trabaja detrás del espejo unidireccional reflexiona en voz alta en presencia de la familia que consulta, la cual comunica seguidamente a los terapeutas las reflexiones que estos comentarios suscitaron. Este enfoque, que aspira a desarrollar el respeto hacia el paciente por oposición a la orientación demasiado jerárquica de ciertas psicoterapias sistémicas.



En el contexto en el cual el diálogo tiende cada vez más a ser preferido a la "intervención" para modificar las significaciones y aumentar el campo de las alternativas posibles, la importancia terapéutica de las "preguntas" no puede más que incrementarse: esta noción ha sido tomada en cuenta por Luigi Boscoso, Gianfranco Cecchin, Kar Tomm, Carlos Sluzki, Peggy Pen, Lynn Hoffman y muchos otros, que han subrayado el hecho de que las preguntas podían ser poderosos instrumentos de autocuración.



La Terapia de Colaboración




Joan Aderman, Tom Andersen, Harlene Anderson, Marilyn Frankfurt, Peggy Penn, Tom Russell y Kathy Weingarten difundieron un texto, en 1996, que precisa los puntos esenciales del enfoque que ellos preconizan: denominada collaborative therapy (terapia colaborativa) y queriendo ser una co-construcción de lo nuevo ligada al postmodernismo, este abordaje opone los sistemas sociales definidos por las estructuras y los roles a los sistemas lingüísticos, las familias, los individuos viviendo en el lenguaje, y las organizaciones jerárquicas a las organizaciones horizontales e igualitarias. Para los partidarios de esta collaborative therapy, el yo es una instancia múltiple que se funde en el lenguaje y las relaciones, en tanto que el "no- saber" del terapeuta en considerado indispensable para la eclosión de nuevas posibilidades. Al concebir la terapia como una colaboración entre dos personas con experiencias y perspectivas diferentes más que como una colaboración entre un experto y sujetos que demandan ayuda, este grupo dedujo lógicamente que el terapeuta debe aceptar instalarse en un "no-saber" a fin de abrirse a las posibilidades que el saber haría peligrar. Esta posición, que permite mantenerse en un proceso de aprendizaje, privilegia la búsqueda común del terapeuta y el cliente sin implicar sin embargo, el rechazo de todo saber anterior. 

LCZ








[1] Constructivismo, construccionismo social y narraciones ¿En los límites de la sistémica? fue presidente y fundador de la Sociedad Europea de Terapia Familiar. Perspectivas Sistémicas, número 42, julio-agosto, 1996.