El
enfoque sistémico trata de comprender el funcionamiento de la sociedad desde
una perspectiva holística e integradora, a través del descubrimiento de
otra manera de mirar la realidad y de comprender al ser humano como sistema, y
dentro de un sistema en donde lo importante son las relaciones entre
los componentes. El enfoque sistémico no concibe la posibilidad de explicar un
elemento si no es precisamente en su relación con el todo.
Para entender la visión
sistémica hay que olvidarse de lo que ya se sabe y abandonar la manera
automatizada de pensar. Mirar desde otro sitio supone cambiarse de lugar,
suspender las viejas adaptaciones de la mente, olvidar la lectura lineal
causa-efecto y muchos de los condicionamientos del lenguaje.
La terapia sistémica utiliza también conceptos
evolutivos, por ejemplo al considerar diferentes etapas de desarrollo o ciclo
vital, por ejemplo de un sistema familiar (enamoramiento, noviazgo, matrimonio,
procreación; o niñez, adolescencia, madurez, etc.). De esta manera cobra importancia
no sólo lo que ocurre en cada una de esas fases, sino también las crisis que acompañan
el paso de cada fase evolutiva hacia otra. La manera en que se modifican las pautas
de relación en un sistema dado, la finalización de la utilidad de un sistema de
relaciones específico y el paso a otros sistemas nuevos, la construcción de los
mismos, la modificación de la estructura familiar, de pareja, de relacionarse,
las nuevas pautas de organización, etc.
La epistemología sistémica en su aplicación
a la terapia familiar cuenta con alrededor de sesenta años de historia y con
una complejidad conceptual y aplicada.
Las distintas escuelas de la Terapia
Familiar Sistémica, TFS, se apoyan en una epistemología rica, aunque no siempre
homogénea debido a que algunos de sus conceptos básicos provienen de ámbitos
relativamente independientes. Esta epistemología se nutrió inicialmente de tres
fuentes; (a) la Teoría
General de Sistemas (von Bertalanffy, 1954), (b) la
Cibernética (Wiener, 1948) y (c) la Teoría de la Comunicación (Watzlawick,
Beavin, y Jackson, 1967). Además, los conceptos procedentes de enfoques
evolutivos por ejemplo Haley, y estructurales como Minuchin, resultan claves
para la concepción sistémica de la familia.
La familia se puede concebir como un sistema abierto organizacionalmente,
separado del exterior por sus fronteras y estructuralmente compuesto por
subsistemas demarcados por límites con diferentes grados de permeabilidad y con
diversas formas de jerarquización interna entre ellos. Los miembros del sistema
familiar organizan y regulan su interacción mediante procesos comunicativos
digitales y analógicos, que definen relaciones de simetría y/o
complementariedad. Dicha organización se caracteriza por las propiedades de
totalidad o no sumatividad, por patrones de circularidad, y por el principio de
equifinalidad. El sistema familiar mantiene su organización mediante procesos
homeostáticos (por ejemplo, mientras modifica su estructura a través de una
serie de fases evolutivas), y la altera mediante procesos morfogenéticos.
En
sus comienzos se desarrolló especialmente estudiando la dinámica de la
organización familiar, actualmente se habla de terapia familiar sistémica, como
una manera genérica de mencionar a las lecturas sistémicas que se ocupa de las
organizaciones humanas en general.
La
intervención sistémica se diferencia de la mayoría de las demás
expresiones terapéuticas, en que estas se interesan en el psiquismo humano. El foco de la intervención sistémica, tanto si en
la sesión está presente toda la familia como si sólo se cita a un miembro, ya
no es el individuo como supuesta "fuente" de la patología, o el
llamado individuo “enfermo”, sino las características de la organización del
sistema en el que el motivo de demanda tiene sentido. El segundo foco de
interés es la consideración de Bateson de la interacción como fuente de
información, y por tanto como forma de comunicación. En su aplicación a la
práctica terapéutica, esta concepción comunicativa condujo a la TFS a
desinteresarse por las explicaciones causales y centrarse en la pragmática de
la interacción familiar—un salto cualitativo del porqué al cómo. Es así que no se atiende en el “¿por qué?” un individuo acciona de
determinada manera sino en el “¿cómo?” lo hace. De igual manera no importa
quién hace qué, sino ¿cuándo? se realiza una determinada conducta.
Como lo señala Mony Elkaim[1],
a partir del comienzo de los años ochenta, y más particularmente después de la
publicación en alemán en 1981 de la obra dirigida por Paul Watzlawick, "La
realidad inventada", un nuevo movimiento llamado constructivismo se
expandió en el ambiente de los psicoterapeutas de familia: este enfoque
invocaba los trabajos de Ernst von Glasersfeld, de Heinz von Foerster, de
Humberto Maturana y de Francisco Varela.
Heinz von Foerster insistió sobre la
relación entre el sistema observador y el sistema observado, mostrando que
estos dos sistemas son inseparables. Poniendo el acento sobre la ética y
adjudicando un lugar esencial al vínculo que ponen en relación al otro con uno
mismo ("esta relación es la identidad", decía él), consideraba que
realidad y comunidad van de la mano.
Fue hacia fines de los mismos años ’80
que las teorías del construccionismo social tomaron vuelo en los Estados
Unidos.
Kenneth J. Gergen, que se encuentran
entre los principales representantes del construccionismo social, a sus ojos,
las significaciones, así como el sentido de sí mismo y las emociones nacen de
un contexto intrínsecamente relacional: no solamente el "yo" y el
"tu" se manifiestan en el seno de los diálogos permitidos por las
relaciones humanas, sino que la identidad, ella misma, es producida por las
narraciones surgidas de intercambios comunes, remitiendo, en efecto, a las
narraciones del yo a las relaciones sociales más que a las elecciones
individuales (III); desde esta óptica, incluso las emociones corresponden a
modos de funcionamiento social, porque ellas están insertas en secuencias y
escenarios comunes.
Conversadores y Quienes Preguntan
Numerosas escuelas se hicieron eco de
estos últimos desarrollos. Harry Goolishian y Harlene Anderson, estimando que
el vivir es comprendido y sentido a través de las realidades narrativas
socialmente construidas, se pronunciaron a través de terapias centradas en la
"disolución del problema" (dissolving therapies), por oposición a los
solving therapies, centradas sobre el síntoma.
Para estos dos autores, la
intervención terapéutica es un principio obsoleto: el terapeuta no interviene
más sino que se contenta de participar en la conversación terapéutica a partir
de una "posición de perplejidad".
Para Michael White, terapeuta familiar que
ejercía en Australia, el terapeuta, inspirándose en Derrida, debe buscar
reconstruir las "verdades" que fueron separadas de las condiciones y
los contextos de su producción. Pensando en la senda de Michael Foucault, que
los dominios de conocimiento son dominios de poder, White adhiere a la definición
foucaultiana de la exclusión como consecuencia del a aceptación de una
identidad socialmente atribuida: tanto para las personas como para los
grupos, sería la identidad impuesta al individuo marginalizado la que crearía
la exclusión, más que la no- pertenencia a tal o cual colectividad.
Tom Andersen, de Noruega, comenzó a
experimentar el dispositivo denominado "equipo reflexivo" a
mediados de los años ochenta: en este tipo de escenarios, el equipo que trabaja
detrás del espejo unidireccional reflexiona en voz alta en presencia de la
familia que consulta, la cual comunica seguidamente a los terapeutas las
reflexiones que estos comentarios suscitaron. Este enfoque, que aspira a
desarrollar el respeto hacia el paciente por oposición a la orientación demasiado
jerárquica de ciertas psicoterapias sistémicas.
En el contexto en el cual el diálogo
tiende cada vez más a ser preferido a la "intervención" para
modificar las significaciones y aumentar el campo de las alternativas posibles,
la importancia terapéutica de las "preguntas" no puede más que
incrementarse: esta noción ha sido tomada en cuenta por Luigi Boscoso,
Gianfranco Cecchin, Kar Tomm, Carlos Sluzki, Peggy Pen, Lynn Hoffman y muchos
otros, que han subrayado el hecho de que las preguntas podían ser poderosos
instrumentos de autocuración.
La Terapia de Colaboración
Joan Aderman, Tom Andersen, Harlene
Anderson, Marilyn Frankfurt, Peggy Penn, Tom Russell y Kathy Weingarten
difundieron un texto, en 1996, que precisa los puntos esenciales del enfoque
que ellos preconizan: denominada collaborative therapy (terapia
colaborativa) y queriendo ser una co-construcción de lo nuevo ligada al
postmodernismo, este abordaje opone los sistemas sociales definidos por las
estructuras y los roles a los sistemas lingüísticos, las familias, los
individuos viviendo en el lenguaje, y las organizaciones jerárquicas a las
organizaciones horizontales e igualitarias. Para los partidarios de esta collaborative
therapy, el yo es una instancia múltiple que se funde en el lenguaje y las
relaciones, en tanto que el "no- saber" del terapeuta en considerado
indispensable para la eclosión de nuevas posibilidades. Al concebir la terapia
como una colaboración entre dos personas con experiencias y perspectivas
diferentes más que como una colaboración entre un experto y sujetos que
demandan ayuda, este grupo dedujo lógicamente que el terapeuta debe aceptar
instalarse en un "no-saber" a fin de abrirse a las posibilidades que
el saber haría peligrar. Esta posición, que permite mantenerse en un proceso de
aprendizaje, privilegia la búsqueda común del terapeuta y el cliente sin
implicar sin embargo, el rechazo de todo saber anterior.
LCZ
[1]
Constructivismo, construccionismo social y narraciones ¿En los límites de
la sistémica? fue presidente y fundador de la Sociedad Europea
de Terapia Familiar. Perspectivas Sistémicas, número 42, julio-agosto, 1996.
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